Romà de la Calle-JOAN COSTA: LA FIGURACIÓN REINTERPRETADA. POÉTICAS DEL D’APRÈS.

Romà de la Calle-JOAN COSTA: LA FIGURACIÓN REINTERPRETADA. POÉTICAS DEL D’APRÈS.

Trahit sua quemque voluptas.

Virgilio Buc. 2,65.

Siempre he pensado que los proyectos retrospectivos, asumidos –al hilo de la memoria personal– en las muestras pictóricas de los artistas, se convierten históricamente en la mejor ocasión para estudiar, analizar, contextualizar y hacer el seguimiento hermenéutico oportuno del conjunto de su producción. Todo lo cual implica, asimismo, reflexionar globalmente acerca de su evolución estilística, descubrir y relacionar sus influencias referenciales y, sobre todo, abordar, con cierto afán sistematizador, las claves fundamentales de su “poética”; entendiendo por tal la noción global, que resume
(a) su manera personal de concebir el arte, junto a
(b) la forma operativa de ejercitar su pertinente programa de ejecución pictórica y
(c) concretarlo, efectivamente, en la elaboración pautada de su lenguaje artístico.

Se unen así, potencialmente, al menos, las integradas dimensiones histórica, teórica, técnica y axiológica, que conforman, a fin de cuentas, en su complementaria globalidad –a partir de la genuina y fundamentada reflexión estética– el concreto y básico ejercicio de la crítica de arte.

Justamente, ante tal estricta tentación profesional, me he propuesto –dada la singular oportunidad de la coyuntura actual, a la que he sido invitado, por parte del artista– aprovechar la Muestra Pictórica de Joan Costa, propiciada por el Ayuntamiento de Gandía, en torno a las celebraciones del año de su reconocimiento, por parte de la Generalitat, como Capital Cultural Valenciana. Dicho proyecto expositivo va a ser celebrado en el “Centre Coll Alas”, en la primavera del 2019. Coyuntura que estimo oportuna rentabilizar culturalmente, con la finalidad de hacer viable un acercamiento actualizado al estudio y análisis de la producción artística del citado pintor, que pueda además, paralelamente, materializarse, en mi caso, a través de un texto –solicitado– para ser incluido, ad hoc, en el catálogo de esta exposición conmemorativa.

Joan Costa (Gandía, 1952) supo desde siempre –dadas sus evidentes inclinaciones preferenciales por el ámbito de la educación plástica– que iba a ser pintor, siguiendo su preparatoria vocación. De hecho –tras la conclusión de sus estudios básicos y secundarios, a través de los cuales, sus propios profesores fueron ratificando sus dotes y aptitudes dibujísticas y pictóricas– ya en los años setenta encontramos al joven e inquieto Joan Costa matriculado en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.

Sin duda, no fueron tiempos fáciles, aquellos lustros finales del franquismo, en especial para los estudiantes del histórico Centro del Carmen, donde las tensiones ideológicas, tan a menudo, se imbricaban y comprometían con las mismas opciones estéticas vigentes e incluso se reforzaban, activamente, con las reivindicaciones políticas del momento.

En realidad, el joven Joan Costa tenía, por su parte, sumamente claros, desde un principio, tanto los objetivos de su formación académica como las estrategias de aprendizaje curriculares, asumidas como idóneas y eficaces, en los planes de estudio de dicho centro. Efectivamente, curso tras curso, en una línea de máximo rendimiento personal, se entregó, de forma decidida, al cumplimiento del programa marcado en las respectivas unidades docentes. Pronto se dejó aconsejar y tutelar, además, por el profesor Francisco Lozano, convertido, de hecho, en asesor directo de sus trabajos, inquietudes, experiencias y posibles etapas, tanto en su concreta titulación académica como en su inmediato postgrado, cuando fue pensionado, bienalmente, por la Diputación de Valencia (1977-79), tras participar en la convocatoria correspondiente.

Hay que reconocer que la década de los setenta fue un periodo de fuertes cambios y tensiones sociopolíticas en el marco valenciano, también lo fue, incluso, dentro de la propia Escuela Superior de San Carlos. Téngase en cuenta el especial perfil de la concreta época referida. Se trataba del final del régimen franquista, con la muerte del dictador, y el inicio de la compleja y dilatada transición política. Pero además, hay que subrayar, asimismo, cómo en las postrimerías de esta década se llevará precisamente a efecto el efectivo tránsito de la histórica Escuela Superior de Bellas Artes –asumiendo su nuevo estatuto universitario– transformándose así en la nueva Facultad de Bellas Artes, algo que ya, efectivamente, se venía rumiando y preparando con anterioridad, consolidándose, de forma definitiva, con la puntual llegada del Decreto Ministerial de 1978 y la incorporación posterior, en el caso que nos ocupa, al campus de la Universidad Politécnica de Valencia.

Sinceramente, siempre pensé –y lo vuelvo a recordar ahora– que el decidido abandono del Convento del Carmen, en aquella concreta coyuntura histórica, fue un error, por parte de la UPV, que renunciaba –sin ni siquiera reivindicarlos– a unos espacios que le hubieran sido, sin duda, fundamentales (al menos en buena medida) para asegurar su mejor integración sociocultural universitaria, en y desde el centro mismo de la ciudad de Valencia. Cuando años más tarde quisieron reaccionar a destiempo –fui testigo presencial de lo que estoy apuntando– ya era excesivamente tarde, entregado el edificio a otros menesteres.

La promoción a la que se incorporó Joan Costa, como estudiante de Bellas Artes (1971-76) fue, por cierto, previa a los múltiples cambios que diacrónicamente se avecinaban en el marco académico. Consciente de la situación, optó, con diligencia y constancia, por aprovechar, al máximo, la oportunidad didáctica que le facilitaba un diversificado cuadro de profesores, enraizado, sobre todo, en la tradición artística valenciana, lógicamente heredada, fundada en torno a la figuración y en la normativa neoclásica. Recordemos que el nacimiento de la Real Academia de Bellas Artes, de donde surgió la Escuela Superior, data del 14 de febrero de 1768, ratificadas ambas, Academia y Escuela, por la Real Cédula de Carlos III. Se cumplen ahora, justamente, 250 años de tan destacado evento histórico.

Citaremos, testimonialmente, algunos representantes académicamente meritorios, que conformaron el claustro de profesores, activos todos ellos en aquella coyuntura, en la que Joan Costa ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos: Francisco Lozano Sanchis (1912-2000), Felipe Garín Ortiz de Taranco (1908-2005), Alfons Roig Izquierdo (1903-1987), José Esteve Edo (1917-2015), Luis Arcas Brauner (1934-1989), Francisco Baños Martos (1928-2006), José Amérigo Salazar (1915-1988), Víctor M. Gimeno Baquero (1920-2012), Manuel Silvestre de Edeta (1909-2014) o Santiago Rodríguez García (1914-2016). Muchos de ellos, siguiendo el inexorable ritmo de las generaciones, iban a ser relevados pronto de sus puestos, por jubilación, mientras que otras orientaciones y metas reorganizativas, propias de nuevos aires, no tardarían en hacerse efectivas, ya hacia el final de la década en cuestión, asumidas y encarnadas por otros profesores.

Quienes tuvimos la oportunidad de vivir históricamente dicha alargada y plural coyuntura, en el marco valenciano, no podemos dejar ahora de apuntar, al lector, tales informaciones paralelas, al menos como marco contextualizador y explicativo, con el fin de mejor entender –antes y después– los desarrollos, que iban a tener lugar, en relación al panorama artístico local, propio de aquellas décadas cruciales.

Pues bien, en el caso de Joan Costa, un marcado y especial interés por la historia de la pintura iría siempre parejo al desarrollo del aprendizaje y conocimiento efectivos de la propia práctica artística. Este dato será sumamente relevante, tanto en la etapa de sus estudios como en el desarrollo de su actividad profesional posterior, en el que no ha faltado tampoco la docencia próxima a la vertiente de la historiografía artística.

Licenciado en la especialidad de pintura, Joan Costa siempre mostró un marcado decantamiento hacia la figura humana.

Era, en efecto, una de las modalidades más destacadas, presentes en la carrera y la hizo suya, con ahínco y dedicación, desde el principio. Nunca la ha abandonado, en realidad, convirtiéndose en la clave de sus preferencias y en principal palanca de sus estrategias metodológicas y creativas. De hecho, tanto la posible riqueza de la dimensión estrictamente plástica, como la capacidad referencial y denotativa de la temática propia de la figura humana se convirtieron, a radice, en las dos vertientes fundamentales de su quehacer artístico, enraizado claramente, además, en la vitalidad histórica de sus contenidos.

A decir verdad, esa fuerza referencial hacia el dominio de la realidad figurada, que siempre ha mostrado la pintura de Joan Costa, ha sabido rastrearla, holgadamente, bien sea en el mismo entorno humano circundante y/o en el universo histórico contextualizador de la memoria compartida. Sabemos bien, en la praxis estética, que el recuerdo, las experiencias y la invención se dan estrechamente la mano, a las puertas de la creatividad ejercitada.

No en vano, realidad e historia han sido los dos principales espejos de donde ha extraído, pictóricamente, los elementos y las relaciones, activadas en sus personales narraciones, en sus imaginarias elaboraciones selectivas y en sus sólidos y sofisticados retos hermenéuticos. Porque, en el fondo, de interpretar la historia y de construir una realidad personal, se ha tratado, sin duda alguna, gracias a la eficaz charnela de la fantasía aplicada, por Joan Costa, desde siempre, a sus relecturas, versiones, homenajes y d’après, jugando atrevidamente a abrirse camino, en una concreta transmodernidad alternativa, transgresora y diferenciada.

También en ella la tradición y la mirada clásica se hallan presentes, a la vez que son sometidas –por necesidad expresiva– a obligadas intervenciones y aventuras de confrontación, entre opciones alegóricas, raíces espirituales, guiños simbólicos, sugerencias eróticas, bodegones mitológicos y contrastaciones diacrónicas, plagadas de referencias cruzadas a los trabajos de determinados artistas, la mayoría fotógrafos –Man Ray (1890-1976), Peter Wilkins (1968), Robert Mapplethorpe (1946-1989), Duanae Michels (1932), David Hamilton (1933-2016) et alii–, que deambulan directa, secreta o cabalísticamente, según los casos, entre sus obras. Se trata de injertar la historia de la pintura contemporánea con guiños transversales e ironías intermitentes, en sus personales propuestas plásticas. Ese es uno de sus fundamentales retos y obsesiones.

Al fin y al cabo, tales son, en resumidas cuentas, las caracterizaciones determinantes de las series pictóricas de Joan Costa: inquietantes y próximas, transgresoras en su enigmática narratividad, pero cargadas siempre de pautadas referencias y hasta con ciertas dudas y perplejidades, catárticamente reasumidas en la propia reflexión operativa sobre la pintura. Sus trabajos respiran, a fin de cuentas, historia por doquier, pero nunca dejan de mostrarse tampoco novedosos, en sus planteamientos visuales interrelacionales, por contrastación. Seleccionan, en efecto, puntuales elementos de campos diferenciados, que entran en posterior y decidido reto.

A menudo, creo adivinar que él mismo se transmuta en potencial personaje, capaz de saltar sobre la historia para involucrarse directamente en una escena utópica, desequilibrante y rompedora, a través de sus citas y apropiaciones combinadas. Otras veces se trata de una composición clásica, que se desestructura y fragmenta, alternativamente, en momentos dispares, bajo su mirada inquisidora y atrevida. Hay también campos de fuerzas creativas que pueden surgir, en el quehacer artístico contemporáneo, directamente de la duda performativa, de la perplejidad domesticada o del impasse reconducido hacia una meta diferente. Sin duda. Joan Costa podría hablarnos, en momentos de sincera espontaneidad, de tales complicadas experiencias, sacando fuerza de flaqueza, sobre el horizonte de la vida cotidiana, atrevida y transformada.

Porque de inquirir y atreverse se trata, en efecto, en la particular práctica pictórica, que sigue ejercitando Joan Costa, en plena actualidad. Algunas de sus series y piezas concretas pueden ser sumamente ejemplares, para la reflexión, en tal sentido: “Sacra neteja I / II / III i IV” (XXXX), “Veròniques I / II” (XXXX), “Desplegament Caravaggio” (XXXX), “Volaverunt” (XXXX), “Eros i Psique” (2002), “Carpe diem” (1998) o “La via láctea” ( XXXX).

Por lo común, como hemos apuntado, la figura humana se mantiene –individual o colectiva– en su definitivo protagonismo, como eje de la escenificación, como materia visual imprescindible, capaz de salirnos al paso y rasgar nuestra confortabilidad hermenéutica. Y es que –como hemos apuntado– tanto la realidad como la historia se construyen, interpretan y desgranan narrativamente de mil maneras.
De eso se vale Joan Costa, para hacernos ver a través de otras miradas históricas, traídas a colación, según su antojo transgresor. Relee imágenes, modificando sus claves, alterando referencias, añadiendo connotaciones estudiadas, variando planos y sorprendiendo nuestras expectativas. Incluso los títulos de las obras explicitan, a menudo, de forma rotunda, tales informaciones directamente. “Le violon d’Ingres” (2002), “Kiki enfadada” (2003), “A propòsit de Man Ray” (1997), “Verónica Taylor” (2017).

Esa y no otra cosa es el principio del d’après al que nos referimos: la reelaboración de una escena / una imagen, según determinadas estrategias ajenas, haciéndolas propias, al transgredirlas, rindiendo además un secreto homenaje a la memoria ejercitada, convertida en guiño, en relectura y en obra diferenciada y alternativa.

El d’après es un espejo retrovisor transformado en parabrisas de futuro. Es una forma de admirar la historia y también de saquearla, al apropiarnos de su legado, para ponerlo narrativamente a nuestra total disposición aleatoria. Tal es el apropiciacionismo reiterado, que subyace entre las dispares opciones del d’après, combinando técnicas, fragmentando secuencias, contrastando elementos, implantando relaciones plurales o recontextualizando conjuntos, al cargarlos de simbólicos alcances y de citas elocuentes.

Debemos reconocer que, en la historia contemporánea de nuestras manifestaciones artísticas, a través de las últimas décadas, no han faltado decantamientos numerosos, en favor de estas citadas estrategias compartidas. Solo por mantenernos en el marco próximo de nuestro panorama artístico reciente –al referirme a la concreta trayectoria, que comento, de Joan Costa (Gandía, 1952) y pensar en arropar diacrónicamente su opción creativa de relecturas, apropiaciones y homenajes–, me atrevo a citar, en paralelo, otros nombres, no ajenos a tales recursos y metodologías, como han podido ser Jorge Ballester (Valencia, 1941-2015), Manuel Valdés (Valencia, 1942), Rafael Armengol (Benimodo, 1940), Joan Antoni Toledo (Valencia, 1940-1995), Rosa Torres (Valencia, 1948) o Antoni Miró (Alcoi, 1944), por no remontarme a las estrategias, en esa línea de citaciones históricas recuperadas, propias de los bagajes puestos en práctica por el Equipo Crónica (1967-1981) o el Equipo Realidad (1966-1976).

Suma de intentos y propuestas dispares, todos ellos, de cara a reactivar la modernidad / postmodernidad o transmodernidad, en cada diferente coyuntura, a través de la acción pictórica pertinente, marcada por la búsqueda sistemática de una originalidad personalizada. Esfuerzos comunes y dispares, pues, de intervenir la historia de las imágenes, en el sentido activista de hacerlas propias, de actualizarlas semánticamente o de contrastar la capacidad diferenciada de sus versiones y relecturas, potenciando siempre la ironía sobre los iconos de los mass media y forzando la reflexión sesgada –de acuerdo con los propios intereses plásticos pertinentes– sobre el quehacer de la pintura, transformada en contagioso tema, versátil i obligado.

En esta línea de plurales cuestiones, que hemos barajado, conviene precisamente, a mi modo de entender, encuadrar el itinerario pictórico de Joan Costa, en una ya densa y prolija producción de obras y de series, de estudiadas técnicas mixtas de óleo / acrílico –a través de décadas de investigación, trenzadas de práctica artística y pedagogía–, que hoy posibilitan la exposición retrospectiva, celebrada en su Gandía natal, para contrastar dichas reflexiones activas de contextualización y reactivado análisis, sobre el cuerpo humano, como lenguaje universal.

Pero hay otra cuestión no menos fundamental, directamente vinculada, asimismo, al entorno operativo de la línea básica del d’après, que apunta directamente a la tendencia ejercitada por el propio Joan Costa, en su quehacer pictórico, consistente en su efectiva inclinación a versionar de nuevo, en diversas circunstancias y momentos, algunas de sus obras concretas, más destacadas, pregnantes y significativas o ya perdidas y añoradas.

Diríase que la estrategia del d’après se (auto)repliega y revierte, de nuevo, sobre tales obras, cuando son sometidas a versiones diferentes, por el mismo autor. Se trata de retomar el proyecto inicial, como referencia del formato d’après, manteniendo, a la vez, sus fundamentos compositivos pero alterando, a ultranza, algunos de sus puntos referenciales y sus finalidades expresivas.

Precisamente el contrapunto de la datación es clave, en estos casos, toda vez que, bajo el mismo título, se explicitan, con fechas diferentes, las versiones coexistentes, quizás depositadas en colecciones distintas y en lugares diferentes por el azar y el tiempo. “Menina nueta” (Circa 1980, versió 2017). “Les temtacions de Sant Antoni” (Circa 1982, versió 2018). “Les cames de Sussy Solidor” (Circa 1982, versió 2017). “Escàndol a la plaja nudista” (Circa 1985, versió 2018).

Como bien apuntábamos en el motto que resolutivamente encabeza nuestro texto —Trahit sua quemque voluptas— tomado de las Bucólicas de Virgilio (Buc. 2, 65), es claro que a cada uno nos arrastra una pasión, en nuestras actitudes, comportamientos y dedicaciones vitales. También esto le ocurre a Joan Costa, como hemos podido constatarlo a lo largo de nuestras reflexiones, en torno a su compleja trayectoria artística.

Efectivamente, las poéticas del d’après, en sus distintas versiones y estrategias, han ido conformando y caracterizando ese particular lenguaje pictórico suyo, activo de continuo, en sus rastreos investigadores, tanto formales como narrativos, al centrarse prioritariamente –desde sus orígenes académicos, a través de una convencida decisión personal– alrededor de la paradigmática potencialidad anatómica, simbólica y representacional, que la figura humana siempre ha comportado para la historia de las imágenes. Y en tal herencia, Joan Costa ha encontrado el verdadero filón de su personal quehacer, a la vez que ha potenciado su pasión vital por los diálogos, que es capaz de establecer, entre el pasado rememorado, el presente solidario y el futuro, siempre con sus imprescindibles enigmas.

Verano 2018.

Romà de la Calle
–Universitat de València–